viernes, 31 de enero de 2014

ALEXÉI MARÉSIEV. UN AVIADOR SIN PIERNAS


Para muchas generaciones de ciudadanos soviéticos, Marésiev se convirtió en un símbolo de coraje, un héroe, un hombre de verdad. En la primavera de 1942 perdió ambas piernas y tan sólo un año después volvió a las filas de la aviación militar, consiguiendo derribar de nuevo a los aviones nazis. 
Soñando con volar 

Alexéi nació el 20 de mayo de 1916 en una familia humilde. Su padre murió cuando él tenía sólo tres años y su madre tuvo que criar sola a tres hijos. Para ir a la escuela Alexéi tenía que caminar ocho kilómetros, pese a lo cual logró superar ocho cursos. 

Más tarde, el joven ingresó en una escuela de oficios y recibió el título de tornero. Pero Alexéi siempre quiso ser piloto, aunque no pudo ingresar en el Instituto de Aviación de Moscú por razones de salud, ya que durante su niñez padeció de malaria y dolores articulares. 

El Komsomol (Unión Comunista de la Juventud) le mandó al Lejano Oriente para que participara en la construcción de la ciudad de Komsomolsk del Amur. En principio no quería ir, pero un médico le recomendó que fuera, afirmando que el clima de la región podría ser beneficioso para su salud. El joven decidió aprovechar la ocasión porque no había perdido la esperanza de convertirse en piloto. 

Cuando abrieron un club aéreo en Komsomolsk del Amur, empezó a frecuentarlo. En 1937 inició el servicio militar en el destacamento de los pilotos guardafronteras. Al finalizar la mili, el joven comenzó los estudios en la Escuela de Aviación. Cuando empezó la guerra Marésiev trabajaba como piloto instructor. 

Deseo de vivir 

El 23 de agosto de 1941 realizó su primer vuelo de combate. Casi medio año después, a principios de 1942, derribó por primera vez un bombardero alemán. El 4 de abril de 1942, en la región de Nóvgorod (oeste de Rusia), el avión de Alexéi fue abatido por los nazis. El piloto, gravemente herido, cayó en el territorio ocupado por el enemigo. Según Marésiev, se salvó gracias al “deseo de regresar con los suyos, de sobrevivir”. Durante 18 días tuvo que desplazarse a rastras. Unos niños de un pueblo lo hallaron medio muerto, sin fuerzas. Lo llevaron a la aldea y trataron de ayudarle, pero el herido requería de asistencia médica. A principios de mayo lograron trasladarlo a Moscú, pero ya habían empezado a gangrenarse sus heridas y los doctores se vieron obligados a amputarle ambas piernas. 

Estando en el hospital, Marésiev empezó a entrenarse. Quería volver a pilotar y no dudaba que podría hacerlo con la ayuda de prótesis. Gracias a los entrenamientos diarios y a su fuerza de voluntad, a principios del año 1943 Marésiev pasó el chequeo médico y fue enviado a una escuela de aviación. Un mes después, realizó su primer vuelo. 

De vuelta al frente 

El piloto insistió en que lo enviaran de nuevo al frente y enseguida se vio en el llamado ‘Arco de Kursk’. El técnico de aviones Piotr Pívkin recuerda cómo Maresiév llegó a su unidad militar: 

“En junio del 43 llegaron rumores extraños a la segunda escuadrilla: ‘Va a llegarles a ustedes un aviador sin piernas’. No sabíamos qué pensar. ¿Cómo es posible? ¿Un piloto sin piernas? 

Pero de hecho, al cabo de un par de días, cerca del aeródromo, se detuvo un camión del cual salieron dos Tenientes: Petrov y Marésiev. 

El futuro héroe tenía un aspecto extraño por aquel entonces. Iba contoneándose y apoyándose en un bastón. Llevaba puesta una guerrera con la Orden de la Bandera Roja, un pantalón marrón rayado con agujeros en las rodillas (producto de las prótesis) y unos zapatos de becerro civiles. 

Por supuesto, Marésiev no contaba a diestra y siniestra lo que le había pasado, pero poco a poco todo el regimiento se enteró de su historia”. 

El comandante del regimiento de Máresiev no le permitía realizar vuelos en combate. El piloto sufría por la inactividad forzosa. El jefe de la escuadrilla, Chislov, decidió ayudarle y lo llevó como pareja para un vuelo en combate. Después de unos cuantos combates aéreos exitosos realizados en pareja con Chislov, el comandante cambió su opinión sobre Marésiev. Alexéi justificó las esperanzas puestas en él: el 20 de julio de 1943, durante un combate aéreo contra fuerzas enemigas más numerosas, salvó la vida a dos pilotos soviéticos y derribó tres aviones nazis. La fama de Alexéi Marésiev se extendió por todo el frente. Los corresponsales empezaron a frecuentar el regimiento. Un mes después le otorgaron el título de Héroe de la Unión Soviética. 

El técnico Pívkin recuerda: Marésiev “regresó a la unidad no sólo con la Estrella Dorada, sino que también llevaba un nuevo pantalón abotinado de oficiales y unas botas relucientes de becerro. Estaba feliz. Abrió los brazos como si estuviera diciendo: ‘Vean qué bien estoy’. Y se echó a correr. De hecho, corrió unos ocho metros, tropezó y se cayó. Todos los que estaban cerca se acercaron hacia él para ayudarle, pero ya estaba sentado riéndose”. 

En total Marésiev realizó 86 vuelos de combate durante la guerra y derribó a 11 aviones enemigos (4 antes de resultar herido y 7 después). En 1944 dejó el Ejército y regresó al sector educativo ocupando el cargo de piloto inspector. 

Un hombre de verdad 

El periodista y escritor soviético Borís Polevoi inmortalizó la historia de Marésiev en su obra ‘Un hombre de verdad’. En la Unión Soviética este libro fue editado con una tirada de varios millones de ejemplares. 

El autor era uno de los corresponsales que llegaron al regimiento para escribir sobre el reciente Héroe en verano de 1943. Polevoi escribió el libro al poco tiempo de conocer la historia, pero se lo dejaron publicar sólo en el año 1945, ya que los propagandistas soviéticos no querían que los nazis pensaran que la situación en el Ejército Rojo era tan mala que se veían obligados a mandar al combate a minusválidos. En general, en el libro se describía la historia de Marésiev con bastante precisión, aunque el autor cambió el nombre del protagonista y añadió algunos detalles. 

El aviador se enteró de la existencia del libro al escuchar una parte del mismo transmitida por la radio. Él mismo buscó al autor, que le regaló un ejemplar de la obra, pero Marésiev nunca llegó a leerla. No se consideraba un héroe y no se cansaba de decirles a los periodistas: “¡Soy una persona y no una leyenda!”. En 1948 se rodó una película basada en el libro. A Marésiev le propusieron protagonizarla, pero él no quiso.


Alexéi Marésiev confesaba que si pudiera volver a vivir la vida, volvería a ser piloto: “Los momentos más felices de mi vida están vinculados a los aviones. Cuando, después del hospital, vi las palabras ‘Apto para todos los tipos de aviación’ en mi historial médico, me sentí la persona más feliz del mundo”. 

El aviador Alexéi Marésiev, Héroe de la Unión Soviética, falleció el 18 de mayo del año 2001. 

Fuente: http://actualidad.rt.com/actualidad/rusia/victoria/historia/issue_7603.html

martes, 28 de enero de 2014

Sinfonía n.º 7, Leningrado, Dimitri Shostakóvich

La Sinfonía Leningrado dirigida por Yevgeni Mravinski (1980),
mural de Lev Alexandróvich Russov (1926 - 1987). Tras la figura 
del director, se puede ver un retrato de Shostakóvich y motivos alegóricos 
a la sinfonía.
La Sinfonía n.º 7, Leningrado en do mayor, op. 60 es una sinfonía del compositor soviético Dmitri Shostakóvich que fue compuesta en 1941 y está dedicada a la ciudad de Leningrado, que al momento de la composición vivía el asedio por parte de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Fue estrenada el 5 de marzo de 1942 en Kúibyshev bajo la dirección de Samuil Samosud, y obtuvo un notorio éxito tanto en la Unión Soviética como en el resto del mundo. Desde entonces es quizás una de las sinfonías más conocidas del compositor.

Según sus propias palabras, Shostakóvich compuso su obra para apoyar a los trabajadores soviéticos en su lucha contra el capitalismo fascista en el sangriento asedio de Leningrado. Mientras los nazis bombardeaban la ciudad, los defensores de la ciudad de Lenin tarareaban las notas de esta marcha antifascista donde las haya. Con el fondo de sus notas, el Ejército Rojo liberaría la ciudad y echaría a la hez nazi del territorio soviético, persiguiéndola hasta Berlín.

La sinfonía dura entre 75 y 80 minutos, siendo la más larga del compositor. Está dividida en cuatro movimientos: 


Allegretto 
Moderato (poco allegretto) 
Adagio 
Allegro non troppo 

La sinfonía "Leningrado" de Shostakóvich era reconocida por los soldados y trabajadores soviéticos, y también por los agresores nazis, como el himno de la victoria revolucionaria frente a los explotadores, y el anuncio de la derrota fascista frente al socialismo.

A continuación, la maravillosa y gloriosa sinfonía completa:





Bajo el cielo de España: Capítulo V (1ª Parte)

La participación de voluntarios rumanos en las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española fue muy importante. Más de 500 jóvenes comunistas del país balcánico respondieron, junto a otros muchos miles de antifascistas de todo el mundo, a la llamada de la Internacional para auxiliar al pueblo español de la agresión fascista perpetrada por la clase capitalista española y apoyada por los ejércitos nazis e italianos como ensayo de la cercana Segunda Guerra Mundial.

Uno de estos héroes fue Valter Roman, que sería el el comandante del batallón de artilleria rumano de la XI Brigada Internacional, y que contaría sus recuerdos sobre España en su libro "Sub cerul Spaniei: Cavalerii sperantei" (Bajo el cielo de España: Caballeros de la esperanza).

Por su interés, y debido a que todavía no lo ha sido traducido, nos disponemos a traducirlo al español y a publicarlo, en un primer momento por entregas, en este blog. Empezaremos por el capítulo V, en el que se cuenta, desde la perspectiva de Valter Roman y de los comunistas rumanos pertenecientes a las Brigadas Internacionales, la mítica resistencia de los madrileños ante la embestida de las criminales hordas franquistas, que fueron incapaces de tomar Madrid hasta la rendición final del ejército republicano frentados por el valor y el antifascismo de los milicianos y los trabajadores de la capital (junto a los voluntarios internacionales, entre ellos los rumanos), al grito de "No pasarán".

Aquellos comunistas rumanos, los que hicieron el siguiente llamamiento a sus compatriotas en plena Batalla de Madrid advirtiendo de la amenaza fascista sobre todos los pueblos de Europa, como también Rumanía, son los protagonistas de este libro:

“…En los campos de batalla de España no se decide sólo el destino del pueblo español: el ejército republicano ha emprendido una lucha a vida o muerte por la paz en todo el mundo, por la libertad y la independencia de todos los pueblos. Los voluntarios rumanos encuadrados en las filas del ejército popular español, en las filas de las Brigadas Internacionales, luchan por la libertad, la paz y la independencia de nuestro pueblo, amenazado por la Alemania hitleriana y la Hungría de Horthy…”

Colectivo Valakia Roja (VKR)

CAPÍTULO V: NO PASARÁN (PRIMERA PARTE)

LA PRIMERA OFENSIVA CONTRA MADRID

La historia de la participación de las Brigadas Internacionales –en cuyas filas lucharon también, como he señalado, cientos de voluntarios rumanos- en la guerra de España está ligada, en primer lugar, a la batalla de Madrid.


Pero antes de hablar de la gran epopeya de Madrid, debo mencionar, siquiera sea de pasada, a un grupo de voluntarios antifascistas que tomaron parte en las diferentes acciones militares contra los rebeldes, antes incluso de que se constituyeran las Brigadas Internacionales. Desde los primeros días de lucha, en Irún, en la Sierra de Mallorca, en Aragón, decenas, cientos de hombres del trabajo, de demócratas de distintas nacionalidades, lucharon codo con codo junto a sus hermanos españoles. Había entre ellos trabajadores manuales e intelectuales: peones, mineros, artesanos, profesionales liberales, profesores, todos vestidos con el habitual mono[1] –el uniforme de trabajo y de lucha-, que escribieron juntos, con sangre, las primeras páginas de la historia y el heroísmo de los voluntarios internacionales en España.

En Irún también lucharon algunos rumanos que se encontraban en Francia en el momento de la rebelión fascista y que fueron de los primeros en pasar a España. Entre ellos figuraba el Dr. Andrei Tilea, a cuya participación en la lucha en el norte de España y heroica muerte en el frente de Asturias me referiré más adelante.

La batalla de Irún comenzó la mañana del 25 de agosto de 1936, con el ataque desencadenado por los rebeldes a lo largo del valle del río Bidasoa, de uno y otro lado de la carretera Pamplona-Irún. La resistencia de las milicias, que defendían el terreno metro a metro, provocó, no obstante, enormes pérdidas a los rebeldes en relación con los efectivos empleados.

Las tropas del general Mola, los requetés[2], y los falangistas, del general Franco, tropezaron con dificultades tan grandes que, tras una serie de asaltos infructuosos y a un alto precio, el mando “nacionalista” se vio obligado a recurrir a todos los medios técnicos que, en abundancia, los aliados exteriores de la rebelión habían comenzado a poner a su disposición por aquellas fechas.

El día 30 de agosto llegaron al frente, en efecto, baterías de artillería pesada, carros de combate, aviones y nuevas unidades del tercio[3] y regulares[4].

A pesar de la abrumadora superioridad en hombres y armamento, los rebeldes no lograron conquistar Irún hasta el 5 de septiembre al mediodía. La noche anterior, el corresponsal de la agencia “Radio” telegrafiaba a París las siguientes líneas:

“Vengo de regreso de Irún en este preciso instante. La resistencia de los milicianos ha sido encarnizada. Los que han caído han tenido al menos la satisfacción de morir como héroes. Pero, ¿qué podían hacer esos pocos cientos de milicianos, desprovistos de armas automáticas, de cañones y, sobre todo, de munición, contra la aplastante superioridad numérica de un adversario fuertemente armado? Los milicianos han resistido, con todo y con ello, a lo largo de doce días, lo que es verdaderamente un milagro de invencible valentía.”

Apenas salidos del infierno de Irún, los pocos milicianos que, con las cartucheras vacías, se habían resignado a cruzar la frontera con Francia, solicitaron que se les permitiera volver de regreso a España para retomar la lucha por la libertad.

Después de la caída de las ciudades del norte, Irún y San Sebastián, los rebeldes españoles, con el poderoso apoyo de los fascistas alemanes e italianos, comenzaron a concebir planes mayores. Pusieron en su punto de mira la capital, Madrid. Las tropas franquistas, mandadas por el general Mola, se dirigieron a la ciudad por cuatro direcciones diferentes: la primera, desde el sur, por la línea Toledo-Getafe; la segunda, desde el oeste, por Maqueda-Navalcarnero; la tercera, con tropas dirigidas personalmente por el general Mola, desde el frente de Guadarrama; y la cuarta, desde el nordeste, a lo largo del río Jarama. El plan de Franco-Mola era “magnífico”. Afirmaban a los cuatro vientos que, además de estas cuatro columnas, contarían con una quinta que se encontraba en el interior del mismísimo Madrid y que, de hecho, conquistaría la capital de España. Compuesta de todo tipo de elementos fascistas, de esta “quinta columna”[5], que debía intervenir a las órdenes de Mola, una parte se escondía en diferentes embajadas extranjeras de Madrid.

Los fascistas fijaron también el día de su entrada en la capital: el 7 de noviembre. La ocupación de Madrid el día en que el proletariado mundial celebra la Gran Revolución Socialista de Octubre iba a constituir sin duda un doble golpe, militar y moral, asestado a las fuerzas del progreso. Por la radio, el general Mola anunció también que ese día se tomaría el café en la Puerta del Sol[6].

Batería "Tudor Vladimirescu" del regimiento rumano de artillería motorizada
Pero el pueblo español estaba decidido a defender a cualquier precio su capital. El Partido Comunista de España llamó a las masas a la lucha. Y todos, hombres, mujeres, jóvenes y viejos, respondieron con entusiasmo. Todo el mundo quería tener un arma. Quienes no pudieron conseguir un fusil se hicieron con una azada, con un pico. Los miembros de la dirección del partido dieron ejemplo en persona al salir los primeros a la calle a trabajar en las fortificaciones. Cada día se les unían miles de hombre y mujeres, jóvenes, viejos e incluso niños. Se levantaban barricadas, se excavaban trincheras.

Testigo de este intrépido levantamiento de las masas, no pude dejar de recordar a aquel hombre sencillo evocado por Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales que aseguraba a los generales de Napoleón: “Mi pueblo ha declarado la guerra a Napoleón” y seguía así: “si Valdesogo de Abajo y Navalagamella, que son dos pueblos como dos lentejas comparados con la grandeza de todo el Reino, se ponen en ese pie, los demás lugares y ciudades harán lo mismo, y entonces, (…) no quedará un francés para contarlo”[7].

Madrid esperaba lleno de determinación al enemigo. Las fuerzas fascistas habían logrado penetrar en la periferia de la capital. Carabanchel, Usera y otros barrios estaban amenazados. Pero las milicias, dirigidas por comisarios políticos, mandos y dirigentes del partido que tomaban parte en la lucha con las armas en la mano, plantaron cara heroicamente al avance del enemigo. En el transcurso de la defensa de Madrid se puso de manifiesto la capacidad de combate del famoso Quinto Regimiento, cuerpo de élite creado en julio por el Partido Comunista de España y convertido, por iniciativa de Líster y Carlos Contreras, en un verdadero centro de organización de las unidades militares, una escuela de cuadros.

Los soldados del regimiento sobre quienes recayó en esos días decisivos la misión de defender Madrid estaban ya por entonces mejor armados que en los primeros meses de lucha.

Los fascistas atacaron con violencia pero no lograron atravesar la férrea línea de defensa de Madrid. El día 7 de noviembre llegó y se fue. Madrid había permanecido en manos de los republicanos. Bromeando sobre la arrogancia del comandante de las tropas franquistas, los madrileños se preguntaban entre risas: “¿Qué pasó con Mola? Hace mucho que se le enfrió el café… que pretendía tomarse en una de las cafeterías del centro de Madrid”. Aquel día, sin embargo, entraron en Madrid otras fuerzas, fuerzas amigas de la República española: las primeras unidades de las Brigadas Internacionales. Así describe Dolores Ibárruri en su libro de memorias El único camino[8] la especial emoción provocada por la entrada de los brigadistas en el Madrid amenazado por los fascistas: 

“Pasan las horas y la tensión se hace insoportable. Con los puños apretados, con el oído atento y la mirada fija, allá, donde el enemigo acecha, donde el enemigo repta, donde el enemigo tantea y busca un resquicio, un punto débil para irrumpir por él, para lanzar al asalto sus mesnadas, los madrileños esperan…

Esperan… en el silencio preñado de amenaza, de peligros, de sangrientas sorpresas, comienza a oírse un rumor acompasado, rítmico, estremecedor, de firmes pisadas, que crece, que se aproxima… Se escucha ya distintamente el golpear de botas herradas sobre el pavimento de las calles.

Hay un momento de estupor, de indecisión. ¿Quién viene? ¿Quiénes son los que se acercan? ¿Quiénes son esos hombres que el 7 de noviembre de 1936 marchan por las calles de nuestro Madrid, mudos, erguidos, severos, con el fusil al hombro y la bayoneta calada haciendo temblar el suelo bajo sus pies?

Tras las entornadas ventanas, miradas febriles siguen el paso de los que avanzan, mientras las manos se crispan sobre las armas, sobre las bombas prestas a ser lanzadas. Las mujeres desesperadas dicen a los hombres: «¡Han entrado! ¿A qué esperamos?»

Se oye una orden, una voz de mando, en una lengua extraña que corta como un latigazo el aire de la calle. Las primeras estrofas de un himno cercano y entrañable acompañan el rítmico movimiento de los desconocidos. El aire se llena de sones y palabras vibrantes, solemnes, que estremecen a los madrileños.

(…)

¡Los hombres que desfilan por las calles de Madrid sitiado cantan La Internacional en francés, en italiano, en alemán, en polaco, en húngaro, en rumano…! 

(…)

El pueblo madrileño se lanza a la calle al encuentro de los que ya sabe son amigos. Y hombres y mujeres en impulso incontenible y emocionado, abrazan llorando a los combatientes de las Brigadas Internacionales.”

Primer cañón rumano que participó en la defensa de Madrid
En los siguientes días salieron de Albacete otras unidades de las Brigadas Internacionales. Los primeros tres batallones –“Edgar André”, “Comuna de París” y “Dombrovski”, la futura XI Brigada- se encontraban ya en el principal escenario de lucha.

“Madrileños –se decía en un llamamiento de las Brigadas Internacionales-, hemos llegado para defender vuestra capital con el mismo ímpetu que si fuera la capital de cada uno de nosotros. Vuestro honor es el nuestro. Vuestra lucha es la nuestra”.

Ese mismo día, Madrid, con la misma emoción, conoció otro aspecto de la solidaridad internacional. En el espacio aéreo de la capital aparecieron unos aviones desconocidos que no ametrallaban ni lanzaban bombas… Era una escuadrilla de aviones soviéticos I-15 e I-16, los Chatos y las Moscas, como los bautizaron más tarde los españoles, que venía a participar en la defensa de la República.

El 9 de noviembre, la XI Brigada tomó por primera vez “contacto” con el enemigo. Fue enviada a defender una posición extremadamente peligrosa. El día antes, las tropas enemigas consiguieron cruzar por sorpresa el río Manzanares. A unos cientos de metros del río se levantaba, imponente, Madrid. Había que rechazar al enemigo más allá del Manzanares. Hacia allí se dirigió el batallón “Edgar André”, en tanto que los otros dos batallones fueron enviados a cortar el paso a los fascistas en la Ciudad Universitaria. 

La noche del 9 al 10 de noviembre, el batallón “Edgar André” contraatacó en el Puente de los Franceses que, después de enconados combates, consiguió reocupar, expulsando al enemigo más allá del Manzanares.

“En estos combates vemos también a los primeros voluntarios rumanos. Defienden el Puente de los Franceses”[9], escribió Luigi Longo en el volumen “Las Brigadas Internacionales en España” del que están extraídas también sus otras apreciaciones sobre la participación en combate de las unidades rumanas. Todos y cada uno de los voluntarios dieron en esta batalla contra unas fuerzas superiores muestras de valentía, abnegación y disciplina. Los hombres se animaban unos a otros, se enardecían, y el resultado fue un entusiasmo general. Durante seis días, el batallón “Edgar André” defendió con denuedo el Puente de los Franceses. Al describir los combates que allí tuvieron lugar, Vicente Rojo, comandante de las fuerzas de defensa de Madrid, dice: “Al filo de la madrugada no cesan los ataques; una unidad del tercio, luego otra; un tabor[10] de soldados, otro, tres incluso; seis carros blindados, diez, veinte; ataques repetidos con insistencia con todo tipo de medios; todos son rechazados; algunos núcleos logran pasar, pero de inmediato aparecen los nuestros, contraatacan y obligan al agresor a regresar a la otra orilla del río”[11]. El Puente de los Franceses no pudo ser atravesado y el pueblo español inmortalizó en una canción la hazaña de los voluntarios internacionales:

Puente de los Franceses
Mamita mía
Nadie te pasa

Allí, en el Puente de los Franceses, en condiciones que merecen ser recordadas, entró en combate, por vez primera y además en primera línea, el primer grupo de voluntarios rumanos. Ya he señalado en qué consistió aproximadamente la instrucción recibida en Albacete. Tampoco se pudo respetar nuestra distribución entre las diferentes armas. Aunque, en principio, como ingeniero, debía ir a artillería, en aquella primera acción participamos todos como soldados de infantería. De haber sido así las cosas todo habría salido bien, pero éramos soldados de infantería sin armas. Una noche, cuando la difícil situación impuso la entrada en combate del batallón “Edgar André”, fuimos conducidos al sector correspondiente y ocupamos las trincheras. Teníamos de media aproximadamente un fusil por cada 2 ó 3 hombres. Y todos hervíamos en deseos de agarrar una arma y disparar a los fascistas… ¡A cuánta amargura quedó unido para muchos de nosotros ese instante de alegría en que, por fin, lográbamos disparar!: el fusil había pertenecido hasta hacía unos segundos al camarada que tenías al lado y que, ahora, yacía gravemente herido o muerto.

Los brigadistas internacionales defendieron con denuedo también otros puntos de los alrededores de la capital: la Ciudad Universitaria, la Casa de Campo. Junto a otros combatientes, los voluntarios rumanos comenzaron a distinguirse por su valentía.

El 16 de noviembre, después de la batalla del Puente de los Franceses, la XI Brigada fue enviada a defender la Ciudad Universitaria junto a las unidades dirigidas por Durruti[12], los dinamiteros asturianos y otras unidades republicanas. El batallón “Edgar André” –en cuyas filas combatían la mayoría de los voluntarios rumanos que se encontraban en aquel momento en España-, el batallón francés y el batallón “Thälmann” –que hasta entonces había formado parte de la XII Brigada- ocuparon sus posiciones.

EN LA CIUDAD UNIVERSITARIA

La situación en el frente de la Ciudad Universitaria era de continuo cambio. Por cada casa, por cada metro cuadrado de tierra tenían lugar violentísimos combates. El aire se estremecía con el fragor de las descargas de fusilería, las explosiones de las granadas, el estallido sordo de la artillería. Los fascistas querían tomarse la revancha tras la derrota del Manzanares.

Pero los republicanos españoles y los brigadistas internacionales lucharon con una tenacidad insólita: con las ropas rotas y los rostros ennegrecidos de polvo, barro y pólvora resistieron la furiosa presión del enemigo, le siguieron en cada uno de sus movimientos, rechazaron ataque tras ataque. 

A veces el enemigo se encontraba a unos cientos de metros de distancia, otras a sólo unas decenas. En ocasiones, las fuerzas republicanas y las franquistas estaban incluso en el mismo edificio. En semejante situación, durante los combates de la Ciudad Universitaria, los voluntarios rumanos que participaron en la batalla de Madrid cumplieron con éxito una difícil misión.

…La noticia se había difundido con la celeridad del rayo por los laboratorios y salas de la Facultad de Medicina. Los hombres se abalanzaron a las ventanas a comprobar el rumor. Era cierto. En el edificio de enfrente, que se encontraba a unas decenas de metros de distancia, los fascistas habían penetrado en la planta baja, mientras en el piso superior había soldados de las fuerzas republicanas.

La situación de los camaradas que habían quedado en el edificio era, sin lugar a dudas, desesperada. Pero, tampoco la de los que, consternados, miraban lo que allí sucedía, a unas decenas de metros de distancia, era mejor. El enemigo había instalado en un lugar adecuado un nido de ametralladora y ya martilleaba con insistencia el edificio de enfrente.

Estaba claro que había que desalojar a los fascistas lo más rápido posible del edificio que habían ocupado. Pero, ¿cómo? Los hombres se reunieron alrededor del comandante del sector que había venido a evaluar la situación y a adoptar medidas. Comenzaron las propuestas:

-¡Asalto a la bayoneta!...

-¡Nos lanzamos al ataque con granadas!...

El comandante sin embargo no las aceptó. Habrían provocado la pérdida inútil de algunos de los hombres que hubiesen tomado parte en la acción. Los fascistas los habrían aniquilado antes de poder hacer nada. “Pienso en otra cosa. Ya veréis.” Y se fue. Cruzó el edificio de la Facultad de Medicina, atravesó un patio interior, marchó por los pasillos de otros edificios y llegó a un terreno más alejado donde se encontraban los artilleros de la batería “franco-belga”.

Les dijo de qué se trataba y luego añadió:

-La salvación sólo puede venir ahora de los artilleros. Os advierto, sin embargo, de que para esto se necesitan hombres valientes, dispuestos a cualquier sacrifico.

Y les explicó su plan. Aprovechando la oscuridad de la noche, los artilleros debían llevar un cañón lo más cerca posible del edificio ocupado por los fascistas. Desde allí, tendrían que disparar de tal modo que los obuses golpearan directamente en la planta baja, ni un metro más arriba pues allí estaban los nuestros. Casi a una sola voz, los artilleros rumanos y franceses de la batería se ofrecieron a llevar a cabo esta misión. Ellos, con su viejo “Krupp 77”.

-Bien, de acuerdo. Pero no lo olvidéis: prudencia, calma y sangre fría…


Roman junto a Ana Pauker, en los primeros años tras la liberación de Rumanía por el Ejército Rojo


El comandante se había ido… El grupo de artilleros rumanos y franceses esperó con impaciencia la caída de la noche. En plena noche, cuando la oscuridad fuese impenetrable, debíamos transportar el cañón, sin ser notados, lo más cerca posible del edificio de enfrente… Cargamos con él a fuerza de brazos. El camino, bastante corto, nos llevó sus dos buenas horas… Pero logramos llevarlo al lugar indicado sin que el enemigo sospechase de nosotros. Permanecimos inmóviles, en espera de que se desvaneciera algo la oscuridad para poder disparar. Finalmente, un murmullo apresurado: ¡Es el momento! ¡Atención! Y ordené: ¡Fuego!

Un potente cañonazo sacudió el aire. El edificio tembló de arriba abajo, golpeado de lleno. En el lugar de una ventana de la planta baja se abrió un boquete negro envuelto en humo y polvo. El cañón disparó aún varias veces con precisión, rasante, contra la planta baja, abriendo nuevas brechas.

En ese momento, los del piso superior, que habían estado esperando con impaciencia la acción (la línea telefónica no se había interrumpido y los hombres estaban sobre aviso) se lanzaron escaleras abajo, atacaron a los ocupantes y liberaron el edificio. El valor y la sangre fría reportaron un nuevo éxito a los combatientes antifascistas.

***

…Pero el enemigo presionaba por todas partes. La necesidad de apoyo de la República, de contrarrestar la política intervencionista del fascismo alemán e italiano crecía… El mando de las Brigadas Internacionales decidió que representantes de todas las naciones presentes en los frentes republicanos se dirigieran a los gobiernos y pueblos de sus respectivos países para hacer un llamamiento a la solidaridad con la República española. 

Los camaradas Luigi Longo y André Marty nos ofrecieron también a nosotros, los rumanos, la posibilidad de dirigirnos por radio a nuestro pueblo en nombre de los voluntarios rumanos. Un día de noviembre de 1936, la radio U.T. Madrid transmitió en lengua rumana nuestro llamamiento:

“…En los campos de batalla de España no se decide sólo el destino del pueblo español: el ejército republicano ha emprendido una lucha a vida o muerte por la paz en todo el mundo, por la libertad y la independencia de todos los pueblos. Los voluntarios rumanos encuadrados en las filas del ejército popular español, en las filas de las Brigadas Internacionales, luchan por la libertad, la paz y la independencia de nuestro pueblo, amenazado por la Alemania hitleriana y la Hungría de Horthy…

¡Camaradas y conciudadanos!

Os llamamos a intensificar la campaña en defensa de España. Luchad para que al pueblo español se le conceda una ayuda legal, enviad vuestros escritos al gobierno y a las organizaciones sociales…”

…Mientras los batallones de la XI Brigada luchaban en los alrededores de Madrid, la XII Brigada, comandada por el general Lukács, entró en combate por primera vez en el Cerro de los Ángeles.

Al no poder ocupar Madrid, los fascistas trataron entonces de prolongar el frente hacia el sudoeste. Ocupaban allí una posición clave, el Cerro de los Ángeles, baluarte natural desde donde dominaban todo el llano del sur de Madrid. Ante la aproximación de las tropas republicanas, los fascistas se replegaron a toda prisa en trincheras de hormigón, tras los resguardos y parapetos levantados en los muros del baluarte y esperaban con las armas preparadas.

De repente, todas las armas abrieron fuego: fusiles, ametralladoras, cañones, morteros, granadas. Durante horas y horas, españoles y brigadistas (entre los que se encontraba también un grupo de voluntarios rumanos) resistieron bajo ese violento fuego. El alcor parecía envuelto en las llamas de un incendio colosal, lo que nos hizo –según me dijo uno de los voluntarios rumanos- cambiarle el nombre de Cerro de los Ángeles por el de Cerro Rojo. Las fuerzas antifascistas atacaron con valor y entablaron tenazmente un combate desigual. Su misión, golpear por el flanco a las fuerzas fascistas que atacaban Madrid para facilitar la tarea de las fuerzas republicanas que defendían la capital desde el interior, fue cumplida.

…Al sudoeste de Madrid, las fuerzas fascistas atacaron encarnizadamente la Casa de Campo. Intensos bombardeos precedieron el avance de los tanques y la infantería. Entre los viejos olivos, los republicanos excavaron refugios y se defendieron cuanto pudieron de la aviación enemiga… De repente, aparecieron los tanques. Enormes, amenazadores, se dirigieron hacia las líneas de los brigadistas. Pero nadie abandonó su puesto. La consigna lanzada por los comisarios políticos: “No temáis a los tanques; su efecto es, sobre todo, de orden moral” había dado sus frutos. Era verdad: las fuerzas republicanas estaban peor pertrechadas pero la técnica militar fascista se mostró en innumerables ocasiones impotente ante el valor y el ánimo de las fuerzas republicanas. Lo mismo ocurrió también allí. Aunque desprovistos de armamento antitanques, con un valor excepcional, los hombres hicieron frente a los carros con granadas de mano y bidones de gasolina, logrando poner fuera de combate algunos de ellos. 

NOTAS DE LA PRIMERA PARTE

[1] Salvo indicación en otro sentido, todas las palabras en cursiva aparecen en español en el original en rumano. [Nota de los traductores]
[2] Tropas monárquicas. [Nota del Autor]
[3] Unidades militares formadas por mercenarios extranjeros que actuaban de hecho en las colonias y estaban integradas, en especial, por moros al mando de oficiales españoles ultrarreaccionarios. [N. del A.]
[4] Tropas regulares del ejército franquista. [N. del A.]
[5] La expresión “quinta columna”, que entró posteriormente en el vocabulario de todos los países –en especial, en vísperas y en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial- tiene su origen en la historia de la guerra de España [N. del A.].
[6] La Puerta del Sol es una famosa plaza del centro de Madrid. [N. del A.]
[7] En rumano en el original. [N. de los t.]
[8] En rumano en el original. [N. de los t.]
[9] Retraducción desde el rumano. [N. de los t.]
[10] Palabra marroquí. Nombre dado a las unidades marroquíes bajo mando de suboficiales y oficiales extranjeros. [N. del A.]
[11] Retraducción desde el rumano. [N. de los t.]
[12] Dirigente anarquista y hombre de gran valor personal. [N. del A.]

martes, 7 de enero de 2014

Muere en París Marina Ginestà, la miliciana que fue un icono de la Guerra Civil





Marina Ginestà, que se convirtió en un icono de la Guerra Civil española por una fotografía de miliciana en Barcelona en 1936, ha muerto en París a los 94 años, según ha informado su hijo Manuel Periáñez.

Ginestà, que tras la guerra tuvo que exiliarse primero en Francia y luego en la República Dominicanaantes de volver a Europa, ha fallecido en un hospital de la capital francesa, donde había vivido los últimos 40 años, explica Periáñez.

Había nacido el 29 de enero de 1919 en Toulouse, pero en 1930 sus padres se trasladaron a Barcelona, donde muy joven militó durante la República en el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña)

Una imagen tomada por el fotógrafo Juan Gúzman pocos días después del inicio de la Guerra Civil, el 21 de julio de 1936, en la azotea del Hotel Colón de Barcelona con un fusil al hombro la convirtió a sus 17 años en un símbolo de la contienda, durante la que trabajó de intérprete y de periodista.

Herida y exiliada Marina Ginestà salió de España herida al final de la guerra y fue tratada en Montpellier antes de embarcar al exilio en la República Dominicana, en un buque donde conoció al que sería su primer marido.

De nuevo tuvo que huir en 1946 de la República Dominicana, perseguida por el dictador Rafael Trujillo.

Se casó en segundas nupcias con un diplomático belga, con el que volvió a Barcelona en los años 1960.

El hombre nuevo


Por Máximo Gorki. Publicado en Pravda, en 1932. Editado en español por APN, Moscú 1982, traducción Vladímir Alexéiev.


… Las revoluciones jamás fueron pausas en la historia del desarrollo cultural de la humanidad. La revolución es un proceso que infunde vida a nuevas fuerzas creativas.

La revolución cultural se extiende rápidamente por toda la antigua Rusia de los zares Románov y de los mercaderes semianalfabetos que vendían los tesoros de su país a los capitalistas de Europa, expoliando a los campesinos y obreros.

Durante casi cincuenta años he observado la vida de gentes de distintas clases. Por no fiarme demasiado de mis impresiones directas, las he verificado estudiado la historia de mi pueblo, comparándola con la historia de los pueblos de Occidente. He sido bastante “objetivo”, incluso cuando sentía que el objetivismo frenaba la comprensión de las “verdades” más simples de la vida y doblaba la línea recta del desarrollo de mi conocimiento del mundo.


Afirmo que el obrero y el campesino de la Rusia zarista vivían muchísimo peor que cualquiera de las clases trabajadoras de Europa. La gente del atrabajo de Rusia estaba más privada de derechos y era más ignorante. La presión del Estado sobre la voluntad y la razón del hombre en Rusia era más dura, brutal y deformadora que en Europa. En ninguna otra parte, gente de talento perecía en tal cantidad y tan fácilmente como en tierra rusa. Yo no pertenezco a los ciegos “patriotas de su país” y estoy convencido de que conozco bien el “alma del pueblo”. Este alma, muy “ancha, grande”, estaba llena y emponzoñada con tenebrosos prejuicios y supersticiones producto de las condiciones primitivas de la vida.

¿Qué se ha hecho en el País de los Soviets en los años transcurridos después de la victoria de la revolución socialista? No voy a hablar de la grandiosa obra de reequipamiento industrial del país, cuya economía estaba completamente destruida por las guerras (Gorki se refería a la Primera Guerra Mundial de 1914-1918 y a la intervención militar y guerra civil de los años 1918-1920 –Nota de la Red.-)

Señalaré el amplio desarrollo de las universidades y de los centros de investigaciones científicas, los múltiples tesoros de la tierra descubiertos en estos años, que asegurarán por largos siglos nuestro progreso económico y cultural. Sólo los cegados por los intereses zoológicos y los inhumanos prejuicios de clases, no ven esas conquistas de la razón y la voluntad. No lo ven tampoco los perezosos en el mirar, ni los periodistas a quienes los patronos les han prohibido que vean la verdad.


En el País de los Soviets hay un solo dueño: tal es su realización y su diferencia fundamental respecto a los Estados burgueses. Ese dueño es el Estado obrero y campesino, dirigido por los discípulos de Lenin. El objetivo que se han puesto es bien claro: crear para cada uno de los 160 millones (1) de habitantes de distintas etnias las condiciones indispensables para el libre desarrollo de sus dotes y facultades. Dicho con otras palabras, poner toda la masa de energía neuro-cerebral potencial y pasiva en estado de actividad, despertar sus capacidades de creación. ¿Es posible esto?

Esto se está realizando. La masa de gente para la que se han despejado todos los caminos de la cultura, destaca de su seno a decenas de miles de jóvenes talentosos en todos los campos de aplicación de la energía humana: en la ciencia, en las artes, en la administración.

Cierto que no vivimos y trabajamos sin cometer errores, que el instinto de la propiedad, la necedad, vaguería y otros vicios del pasado, que veníamos heredando desde siglos ha, no se puede erradicar en decena y media de años. Empero sólo un loco o uno enfurecido hasta la locura, se decidirá a negar el hecho incuestionable de que la distancia que media entre la generación joven de obreros y los progresos indiscutibles de la cultura universal, se va acortando en el País de los soviets con fantástica rapidez.


Los pueblos de la Unión Soviética, basándose en todo los que es indefectiblemente de valor en la cultura de antaño, desarrollan audazmente lo suyo nacional, pero válido universalmente. De esto puede persuadirse todo el que desee poner mientes en la joven literatura y en la música de las minorías nacionales.

La labor legislativa en el país nace y surge en la masa del pueblo trabajador, en el terreo de su experiencia laboral, y de los distintos cambios operados en las condiciones de trabajo. El Consejo de Comisarios del Pueblo (2) no hace sino generalizar esa experiencia y redactar las leyes, y sólo puede redactarlas en bien de la masa obrera: otro dueño no hay en el país.

En todo el mundo, las leyes caen como un pedrisco, todas ellas persiguen dos objetivos: explotar al energía laboral de las masas obreras y levantar obstáculos que impidan que esa energía física se transforme en intelectual. Si los medios que la burguesía gasta en armamento para expoliarse mutuamente, los destinara a la educación del pueblo, la espantosa fisonomía del mundo mesocrático no sería, probablemente, tan repulsiva. El odio que la burguesía siente a la Unión Soviética la obliga a invertir tiempo y metal en armamento. Esto lo debemos enjuiciar como un crimen más de la burguesía europea contra sus obreros y campesinos.

Nadie puede citar un solo decreto promulgado por el Consejo de Comisarios del Pueblo que no persiga la finalidad de satisfacer las demandas culturales y necesidades del pueblo trabajador. Leningrado se reconstruye, y en las conferencias sobre el particular intervienen médicos, pintores, arquitectos, literatos y, huelga decirlo, obreros en representación de las fábricas. Por lo que sé yo, este orden de cosas no existe en Europa.

En el obrero que se siente dueño de la producción se desarrolla, naturalmente, la conciencia de su responsabilidad ante el país, y esta conciencia le hace querer mejorar la calidad de lo que produce y rebajar sus costos.

Antes de la revolución, el campesino trabajaba en las mismas condiciones que en el siglo XVII y dependía por entero de los caprichos ciegos de la naturaleza, de su tierra agotada repartida en pequeñas parcelas. Hoy se equipa rápidamente con tractores, segadoras, cosechadoras y utiliza ampliamente los abonos. Para él laboran 26 institutos agroquímicos de investigaciones científicas. Él, que no tenía ni la menor idea de lo que es la ciencia, se convence palmariamente de su fuerza, del poderío del pensamiento humano.

El mozo aldeano, cuando entra a trabajar en una fábrica construida de acuerdo con los adelantos más nuevos y perfectos de la técnica, se ve metido en un mundo de fenómenos que, adueñándose de su imaginación y excitando su pensamiento, lo liberan de los salvajes prejuicios y supersticiones del campo. Él ve el trabajo de la razón materializado en complejas máquinas y sutiles mecanismos. Él ve que los amos de la fábrica son obreros igual que él, y que el joven ingeniero es hijo de obrero o campesino. Él se convence bien pronto de que la fábrica es una escuela para él, que le brinda la posibilidad de desarrollar libremente sus dotes. Si las demuestra, la fábrica lo promueve y lo envía a un centro de enseñanza superior. Hay ya fábricas que cuentan con escuelas técnicas superiores.

Él va a teatros, reputados como los mejores de Europa, lee obras clásicas de Europa y de la vieja Rusia, asiste a conciertos, visita museos, estudia su país como hasta ahora nadie lo había hecho. Y si los capitalistas intentan atacar bandidescamente a la Unión Soviética, sus ejércitos chocarán como combatientes, cada uno de los cuales sabe perfectamente qué es lo que tiene que defender.

En su cínico juego los capitalistas ponen las miras en la estulticia de las masas, mientras que en la Unión, en la masa obrera se desarrolla el proceso de formación de la conciencia de su derecho al poder. Crece el hombre nuevo y podemos definir ya, sin miedo a equivocarnos, sus virtudes.


Él confía en la fuerza organizadora de la razón, confianza que han perdido numerosos intelectuales del Occidente, agotados por el estéril trabajo de querer conciliar las contradicciones de clase. Él se siente artífice del mundo nuevo, y aunque todavía vive en condiciones difíciles, sabe que crear otras condiciones es objetivo suyo y cosa de su voluntad consciente, por lo que carece de motivos para ser pesimista. No sólo es joven desde el punto de vista biológico, sino también desde el punto de vista histórico. Es la fuerza que acaba de cobrar conciencia de su camino, de su alcance en la historia, y cumple su obra de construcción cultural con toda la audacia inherente a la fuerza joven, no desgastada aún, guiada por una doctrina sencilla y clara. Ve que la burguesía ha perdido afrentosamente su partida en la que ella jugaba la carta del individualismo, que ella no contribuía, en general, al desarrollo de las individualidades. El hombre nuevo, que niega el individualismo zoológico burgués, comprende perfectamente la elevada integridad del individuo sólidamente unido a la colectividad; él es, precisamente, un individuo así, que extrae libremente de la masa, en los procesos de su trabajo, su energía y su inspiración. El capitalismo ha llevado a la humanidad a una anarquía que la amenaza con una catástrofe espantosa. Esto es evidente para toda persona honrada.

La meta del mundo viejo es restablecer, con recursos de violencia física y moral, por medio de las guerras en los campos y el derramamiento de sangre en las calles de las ciudades, el “orden” inhumano, podrido, fuera del cual el capitalismo no puede subsistir.

La meta de la gente nueva es liberar a las masas trabajadoras de las viejas supersticiones y de los prejuicios de raza, de nación, de clase, de religión, y crear una sociedad fraterna mundial, cuyos miembros trabajen cada uno, según su capacidad y reciban según sus necesidades.


Notas:
1.- Datos de 1930. Hoy la URSS (1982) tiene 268 millones de habitantes.2.- Consejo de Comisarios el Pueblo (1917-1946), órgano ejecutivo y administrativo supremo del poder en la URSS. Desde 1946, Consejo de Ministros. (N. de la Red.)