Felipe
Matarranz González nació en 1915 en La Franca, Ribadedeva, Asturias.
Combatió durante la guerra civil en el Bando Republicano con rango de
oficial. Tras terminar ésta, se alista en la VI Brigada guerrillera,
donde sus camaradas le apodan como “Capitán Lobo”. Actualmente vive en
la residencia “Ulpiano Cuervo” de Colombres. Ésta es parte de la
historia de un hombre que dedicó su vida a luchar por la justicia y la
libertad.
¿Qué supuso la II República para los trabajadores?
El 14 de Abril de 1931 yo tenía 16 años,
echamos al Rey y cambiamos la bandera bicolor por la tricolor. Hubo un
cambio muy grande, se formó un estado proletario, donde éramos los
obreros y campesinos quienes mandábamos. La Iglesia perdió gran parte de
su poder, el Estado dejó de subvencionarla y dejó de imponerse su
doctrina. Se inauguraron miles de escuelas con el fin de alfabetizar a
los trabajadores y que no fueran engañados fácilmente.
¿Cuáles considera que fueron las razones del golpe militar contra la república en 1936?
En primer lugar, a los explotadores, a
los grandes terratenientes, no les gustaba que los trabajadores tuvieran
tanto poder, que se promulgaran leyes obreras. Aquí he de decir que el
que se levantó contra nosotros fue el capitalismo mediante un pelele,
Franco, con apoyo de las potencias fascistas Europeas.
¿Por qué los trabajadores salieron en defensa de la república?
Ésa fue la razón por la que el golpe de
Estado fracasó, porque los trabajadores, que éramos los que teníamos el
poder tras el triunfo en las elecciones del Frente Popular en Febrero de
1936, decidimos coger las armas y salir a defender nuestra república
contra la agresión capitalista. Nosotros luchábamos contra Franco, sí,
pero también contra el Capitalismo.
Yo estaba en Torrelavega, nos reunimos;
nada más que tenía una escopeta y un revólver, otro una pistola… Pese a
todo, nos unimos y comenzamos a formar las milicias, un grupo de unas 40
personas, compuesto por miembros de las Juventudes Socialistas
Unificadas y otros obreros sin filiación política. Nos armamos,
requisando escopetas a los cazadores y partimos hacia el puerto de San
Glorio a combatir a los facciosos que por allí venían. Luchábamos como
lobos y en condiciones muy desventajosas, escopetas y revólveres contra
los modernos fusiles ‘Mauser’ Alemanes, esto hizo que murieran muchos,
muchísimos de los nuestros…
¿Qué pasó al final de la guerra y tras la derrota de la república?
Fue una época muy oscura, volvió el
analfabetismo y el esclavismo para la clase obrera. Hubo una tremenda
represión, asesinatos en masa…
Yo concretamente fui capturado en las
navidades de 1937, me condenaron a muerte y me metieron en una celda con
otros 20 compañeros durante casi dos años. Cada 15 días venía un avión
con los nombres de los que había que fusilar; pasaban 15 días y sacaban a
2 ó 3 compañeros que habían estado en el mismo Consejo de guerra que
yo, pero a mí no me llevaban. Y así pasaban los meses, los años, cada 15
días teníamos que despedirnos de los compañeros que iban a asesinar,
escenas terriblemente dolorosas, cada 15 días perdíamos amigos mientras
esperábamos que llegara nuestra hora. Hasta que un día, en Octubre de
1939 me llevan a la celda nº-3 de Santander con los condenados a muerte,
me someten a otro Consejo de guerra, y me vuelven a condenar a muerte;
aquí ya doy por hecho que me van a fusilar, que por fin se acaba todo;
pero resulta que a la vuelta a prisión en vez de meterme de nuevo en la
celda de los condenados a muerte, me llevan al patio de cocina. Y ya
nunca más me mandaron fusilar.
¿Qué hizo cuando salió de la cárcel?
Varios años después de lo que
anteriormente os conté, salí de la cárcel, y decidí que había que seguir
luchando. Sabía que existía gente organizada en el monte y quise
contactar con ellos. No era nada fácil, la gente tenía mucho miedo y
siempre decían no saber nada. Al final no hizo falta, ellos contactaron
conmigo. Y así estuve 4 años trabajando como enlace.
¿En qué consistía su trabajo como enlace?
Yo organizaba el PCE en Asturias y el
PCE en Santander, además era punto de apoyo para la guerrilla, repartía
la propaganda del partido y todas esas cosas. Aquí estaba la Sexta
Brigada guerrillera del norte, no sabíamos los nombres reales de nadie,
ni siquiera de los enlaces, siempre usábamos contraseñas; se nos caía
una moneda de 10 céntimos y el otro la recogía, por ejemplo.
Así estuve hasta que llegó “el coronel”,
decían que era coronel del ejército francés. Cuando vino a verme, yo ya
era el enlace general de la Sexta Brigada y me encargó la recepción de
un importante desembarco de armas en la playa de La Franca, se trataba
de 2 ametralladoras, 600 fusiles y munición en cajas de 8 Kg.
¿Cómo lográbais eludir la vigilancia de la policía, el ejército y los falangistas?
Me hicieron un carnet de Falangista
falso, lo que me permitía moverme tranquilamente, porque no podías
recorrer más de 50 Km sin que hubiera un control. Además, los de la
guerrilla llevábamos pistola, una del nueve largo, que yo escondía
dentro de un libro que había recortado previamente. Recuerdo una vez que
iba en tren a Madrid al Comité central, llegó la policía y me gritó
“¡Oiga usted, la documentación!”, entonces cerré el libro, lo posé a mi
lado, le entregué los carnets falsos y ya está. También nos mandábamos
los mensajes entre nosotros con tinta invisible, que nosotros mismos
debíamos apañárnoslas para descifrar.
Aunque, sin duda, la clave, a la vez que
los más duro, era el no confiar en nadie; no podíamos estar con
mujeres, no podíamos tener amigos porque en realidad no sabías si te
iban a traicionar. Esto lo entendí cuando visité los “cuartos” de la
Guardia Civil, donde te daban brutales palizas, te ponían electrodos en
los testículos…Cuando te desmayabas te tiraban agua por encima para
despertarte. Yo las aguanté, pero porque estaba loco, pues lo normal era
que dijeses todo lo que sabías.
¿Contaba la guerrilla con apoyo popular?
Sí claro, contábamos con puntos de apoyo
en el monte, que solían ser caserías. Éstos nos suministraban los
víveres necesarios para sobrevivir, nosotros les ayudábamos dándoles
dinero por si se les moría una vaca o venía una mala cosecha. También
dábamos dinero a campesinos y ganaderos pobres y ellos nos ayudaban
prestándonos lo que podían.
¿De dónde sacaban el dinero?
Se lo robábamos, bueno, expropiábamos, a
fascistas ricos y poderosos, a gente que les había venido muy bien el
triunfo del fascismo en la guerra. Entrábamos en sus casas o los
secuestrábamos pidiendo rescate por ellos. Siempre pagaban, nunca he
tenido que matar a ninguno de ellos.
¿Cuándo dejó la guerrilla?
Tras casi 3 años como guerrillero y 4
como enlace, una noche, tras reunirnos 5 jefes de grupos guerrilleros,
mientras dormíamos en una cabaña, un tiroteo con ametralladoras y todo
nos despertó, los fascistas nos habían descubierto. Como éramos ya
veteranos, tiramos dos bombas de mano cada uno por la ventana, porque
sabíamos que cuando algo explota cerca de ti dejas de disparar. Tuve que
saltar por encima del cuerpo de un compañero de la Brigada ‘Pasionaria’
al que llamábamos “el Madriles”.
Tras escapar, me encontré en el bosque
con “Jillo”, le dije que fuera para Cabrales que yo me iba para La
Manjoya. Al venir hacia aquí tuve un error que me costó la captura, pasé
muy tranquilo por La Franca y fui a mi casa pensando que estaría todo
tranquilo, que la Guardia Civil estaría muy ocupada con el tiroteo de la
noche anterior. Pero no era así, se montó un enorme dispositivo con
refuerzos de otros sitios, lo que me hizo pensar que alguien nos había
delatado. Cuando estaba en mi casa, la Guardia Civil la rodeó, yo traté
de escapar saltando por la ventana, pero al hacerlo 5 guardias civiles
me encañonaron y volví a la cárcel. Éste fue el punto en el que descubrí
las terribles torturas que el régimen practicaba.
¿Si volviera a nacer, volvería a sacrificar su juventud en defensa de la libertad?
Por supuesto, me niego a ser esclavo, soy enemigo del imperialismo.
Te cuento la anécdota de la última vez
que vi a mi amigo Juan, jefe guerrillero: me hizo llegar un mensaje para
que nos reuniéramos; cuando nos encontramos, me dijo que todos sus
puntos de apoyo habían caído y que le iban a matar. Yo le respondí:
“Coño, Juan, ¿por qué no huyes a Francia, que todavía estás a tiempo?”
Él, enfadado, levantó la cabeza y me dijo: “¿por qué no te vas tú? Yo no
soy ningún desertor, me quedo aquí a luchar hasta la muerte.” Yo le
respondí que no me iba por lo mismo que él, y nos fundimos en un abrazo y
así estuvimos llorando (lágrimas que hoy vuelven a asomar por esos mismos ojos 70 años más viejos), abrazados durante horas.
Santander Cementerio de Ciriego |
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